martes, 18 de septiembre de 2007

Música de librería

El ambiente en la librería era el usual: un silencio casi total, solo interrumpido por el zumbido del aire acondicionado y por un fondo musical New Age de esos que no tienen ni principio ni fin y que para estar en una librería realmente no molesta. Había mucho orden en la tienda: libros apilados perfectamente en sus respectivas mesas, otros alineados en sus anaqueles, una pulcritud y una paz propias de un templo. Al acercarme al mesón de libros recién llegados me di cuenta que solo habían dos personas en el recinto. La encargada de la tienda, que a mi llegada me dio unos buenos días casi inaudibles para inmediatamente volver a su lectura, y un hombre mayor que se encontraba hojeando un libro en el mesón central. El hombre, de poco cabello, bigotes, lentes de marco dorado y unos cuantos kilos de más, se encontraba parado de cara a la puerta hojeando- más bien leyendo un libro del mesón acomodado de tal manera que daba la sensación que pensaba pasar todo el día allí. Me incomodó un poco el hecho de que el gordo estuviera ahí tan cómodo porque en algún momento tendría que pasar por allí para mirar los libros que se encontraban de ese lado.
Comencé por mirar los libros que tenia al frente. Era una colección de libros de tapa dura editados por una fundación dada a la tarea de promover jóvenes novelistas y cuentistas. Realmente no estaba interesado en ellos así que continué mirando lo que estaba en el mesón. Estaban las últimas novelas de Sándor Márai, la autobiografía de Gunther Grass, un número de novelas de Orhan Pamuk y otros que no alcancé a mirar desde donde me encontraba. Para mirar los otros libros hubiera tenido que pasar junto al gordo así que decidí ir a hojear los estantes donde se encuentran los libros organizados por género al fondo de la tienda. A los pocos minutos de haber entrado en la tienda, sonaron unas campanillas que están atadas al pomo de la puerta, signo de que alguien estaba por salir o por entrar. Me asomé a la puerta y vi a una mujer entrar. Saludó a la encargada como si la conociera y se pusieron a conversar. Era una de esas conversaciones de librería, en voz baja y de mucha cortesía. Tendría unos 50 años, el pelo canoso, era más bien baja y tenia un aire hippie, como de paz interior y nada de maquillaje. Parecía una profesora universitaria jubilada. El gordo que aún permanecía leyendo en el mesón central en la misma posición que lo vi por última vez ni siquiera levantó la mirada para ver quién había llegado.
El ambiente de la librería no había perdido la calma a pesar del sonido de las campanillas y de la llegada de la nueva visitante. Inmediatamente después de saludar a la encargada del negocio, la mujer con aire de profesora comenzó a deambular por la tienda mientras la encargada sumergía su cara en el libro que leía. Echó un vistazo a los libros que se encontraban en el mesón central y se percató de la presencia del gordo de lentes. Este no había siquiera levantado la cara para ver si reconocía a la más reciente visitante. Lo más curioso del hombre, es que no parecía ni contento ni molesto, ni interesado ni aburrido. No parecía una persona propia de una librería. Tenía un maletín duro colocado entre las piernas que le daban un aire de vendedor. La mujer intentó abarcar todos los libros recién llegados con la vista pero el gordo, que aun permanecía en el mismo puesto pero ahora con la pierna de apoyo cambiada, no se lo permitía. Al percatarse serenamente de que sería imposible alcanzar a ver los títulos de los libros que el gordo tenía en frente, decidió romper con el hielo de silencio que imperaba en la librería para preguntarle a la encargada con voz suave y pronunciación de sifrina:
- Sabes si ya llegó el último libro de Jodorowsky?
A lo que la encargada le respondió con un poco de fastidio:
- Cuál es ese? Cómo se llama?
Cuando respondió, me di cuenta que nunca había escuchado a la vendedora en todas las visitas que había hecho a la tienda. Tenia un acento inconfundiblemente colombiano.
- Creo que se llama “La sabiduría de los chistes”- respondió la mujer.
La encargada de la tienda replicó:
- Ese no puede ser el último, porque después de ese libro Jodorowsky sacó “La sabiduría de los cuentos”.
La mujer, extrañada por la respuesta de la encargada se inmuto por unos minutos como pensando con fuerza en el nombre del libro que quería. Al rato dijo como con excitación por haber finalmente recordado el nombre del libro:
- El paso del ganso, eso es! El paso del ganso.
- No, no nos ha llegado aún- responde la vendedora de memoria.
A todas estas el gordo seguía leyendo su libro en el mismo sitio. No sé si llegó a mirar a las mujeres ya que yo me encontraba detrás de él.
Minutos luego entró en la librería un hombre negro, flaco, de barba y lentes. Tenía el cabello muy corto, seguramente afeitado con máquina. Estaba vestido con un sweater azul marino, unos blue jeans viejos que le colgaban de las caderas y unos zapatos deportivos blancos. Tan pronto como hubo saludado afectuosamente a la vendedora, siguió caminando al encuentro de la profesora, con un tumbado que parecía como si se deslizara por el piso en vez de caminar. Esta, quien hojeaba unos libros de un mesón secundario no se había volteado a mirar quién había llegado. Sin embargo, presintiendo que tenía alguien detrás, volteó y al verlo lo saluda sorprendida:
- Hola Miguel como estás?
El hombre, con cierta confianza se le acerca, la besa en el cachete y la saluda:
- Hola Sara, querida, como has estado?
Se notaba en su habla un acento de extranjero, esta vez Trinitario, o Jamaiquino, pero definitivamente anglo-parlante. Tan pronto como comenzaron a conversar me volteé para hacer lo que había planeado, antes echando una mirada al gordo de reojo: torcí el cuello para leer los nombres en los lomos de los libros comenzando por la A. Akhmátova, Alcott, Amis, Andersen, Angelou, Auster… La conversación del hombre había roto la tranquilidad y el silencio que habían reinado durante toda la mañana en la pequeña librería. Hablaban de lo que estaban haciendo en sus vidas, pero sin preguntar por familiares ni de las parejas del uno y del otro. No pude mantener la concentración tratando de escuchar lo que se decían. Pasaron a preguntarse qué estaban leyendo. La mujer le preguntó al hombre si finalmente había publicado el libro del cual tanto le había hablado.
- Si, ya salieron las traducciones de los textos de Walcott- contestó con su acento. El hombre hablaba un poco más fuerte de lo necesario, como queriendo que todos en la librería lo escucharan y alargando las respuestas como si le estuvieran haciendo una entrevista. Parecía un filosofo porque las respuestas eran largas y razonadas, como recién pensadas. Así transcurrió la conversación por unos minutos. Luego me pareció escuchar que el hombre le proponía a la mujer acompañarla a hacer no se qué. Quizás a revisar otra librería o hacer una diligencia. Todo como con una confianza que rayaba en el exceso.
Balzác, Baudelaire, Beckett, Bellow… El hombre interrumpió la conversación con la mujer y le preguntó a la encargada de la tienda en el mismo volumen si le podía permitir usar el baño, a lo que la encargada le respondió:
- Si, adelante, tu sabes donde está.
El hombre, con el mismo caminar serpenteado, avanzó para ir al baño que se encontraba al pasar unas portezuelas del tipo que se encuentran en los bares del lejano oeste al final de la tienda, muy cerca de donde me encontraba yo.
Calvino, Camus, Capote –uhh, crimen y castigo, pero no está Música para camaleones- pensé para mis adentros- Cavafy- pero Cavafy no se escribe con K? En lo que comienzo a escuchar al hombre en el baño: chuuurrrrrr. Volteé con un poco de curiosidad a ver si la profesora y el hombre gordo se habían percatado del ruido pero seguían en lo suyo, con la mirada clavada en sus respectivos libros. La música New Age seguía escuchándose al fondo, unos sintetizadores con sonidos de agua y estrellas fugaces. Pensé que quién diseñó la librería debió poner el baño un poco más al fondo, o debió poner un biombo, o quizás una puerta que separara la tienda con la trastienda de manera que lo que sucediera atrás no lo escucharan los clientes. Churrrr, churrrrrrr. El traductor evidentemente no le preocupaba que se escuchara lo que estaba haciendo en el baño porque si no hubiera tratado de atenuar un poco el ruido que producía el orín al caer en el agua de la poceta.
Cervantes, Chejóv, Christie, Coetzee –ah, este ganó el Nóbel- Conrad, prrrrrfffffffff, prrff, prrff, el hombre, dándole rienda suelta a sus instintos mientras orinaba comenzó a tirarse pedos. Esta vez volteé con la seguridad de que las personas en la librería tendrían que haber notado lo que estaba sucediendo en el baño de la trastienda, pero no fue así. La profesora jubilada estaba agachada mirando unos voluminosos libros de arte, el gordo seguía leyendo el mismo libro donde siempre, y la encargada con aire monacal y aséptico que tienen quienes trabajan en librerías seguía leyendo el libro que sostenía entre las dos manos, como un cura que sostiene una ostia.
Lo que escuché a continuación fue cuando el hombre en el baño bajó la poceta. Se sintió como un alivio, o por lo menos así lo sentí yo. Se escuchó cuando la cisterna finalizó el ciclo del vaciado y el comienzo del llenado. Poco después salió el hombre del baño y pasó justo detrás de mí, con una sonrisa en la cara como si se hubiera ganado la lotería o mejor aún, un premio de literatura. Se dirigió con su tumbado adonde se encontraba la profesora jubilada, y se pusieron de acuerdo para ir a hacer lo que habían planeado. Pude ver al gordo levantar la mirada por primera vez en toda la mañana cuando estos se despedían de la encargada, quien levantó la cara una vez más para despedirse cortésmente de los visitantes (que curiosamente no habían comprado nada esa mañana) inmediatamente volvió a su lectura. El gordo bajó la mirada y se volvió a enterrar en su libro, que forzaba para que se mantuviera abierto. Se escuchaba de nuevo la música de fondo. Estrellas fugaces, sonidos de agua, el viento, una progresión armónica infinita. Sería difícil decir si había comenzado una nueva canción o todavía escuchaba la misma. Yo volví a lo mío: Dante, Defoe, Dickens, Dostoyevsky, Dumas- este será el padre o el hijo?

sábado, 15 de septiembre de 2007

Cello Journey #17, Halloween Episode: Popper Gnomentanz

Este es un video que quiero que vean. Es comiquísimo. El cellista se llama Luke Pomorski y estudiamos juntos en Cleveland con Richard Aaron. Para escuchar todo lo que ha grabado vayan a http://cellojourney.com

jueves, 6 de septiembre de 2007

Flauta y Cello, Luis Julio Toro y Mauricio Lopez

Esta es la Bachiana de Villa-Lobos No. 6 que Luis Julio Toro y yo tocamos en Maracaibo hace un par de semanas. El sonido es bastante pobre. Espero que lo disfruten a pesar de los problemas.